jueves, 29 de noviembre de 2012

Otoño

Finaliza el otoño

La ciudad está tapizada de hojas que el viento de la estación arroja en todas las direcciones. Me alejo de las calles transitadas y entro en el parque, silencioso y solitario. Los árboles se han ido desnudando en estos días y quedan ya pocas hojas en los plátanos, en los castaños, en las acacias...
El viento arremolina las hojas y las mueve de un lado a otro formando montoncillos, que una nueva ráfaga lanza hacia otro lugar cambiando el paisaje del camino.
De improviso, tengo una sensación profunda que me maravilla: ¡Precisamente eso es lo que sucede a cada instante en mi vida! Pareciera que algo tiene un lugar y que va a permanecer y que soy yo el punto de referencia y sin embargo el viento, el deseo, el impùlso, el tiempo... la vida misma no para de moverlo todo y a mi con el resto...
Mi existencia ha ido pasando por las estaciones, la primavera de mi infancia, con sus impresiones nuevas y la impulsividad de esa edad; el verano majestuoso y lleno de frutos, con la fuerza de sentirse adulto: el otoño que, desde hace ya algunos años, hace caer muchas de mis hojas, de mis ilusiones, de mis fantasías y, a un tiempo, fortalece mi espíritu llevándome poco a poco hacia el invierno, en el que la energía se va guardando y las ramas, con la savia retraida, se van haciendo duras y rígidas...
Nada permanece. Todo está en permanente cambio y la falsa sensación de que yo observo sin  estar metido en ese conjunto cambiante desaparece, mientras vetas de luz se entremeten entre las plantas del parque..
¡Todo ahora parece estar tan claro! Siento una inmensa sensación de alivio, puede ser que de felicidad.
El paseo por entre las hojas se convierte en un estado meditativo, contemplativo, luminoso.
Paso por lechos de hojas amarillas fosforescentes, rojas, marrones, todavía verdosas...
El aire es frío y limpia mi rostro.
Respiro este otoño cono una sensación diferente, distinta de otros años.
Agradezco la ligereza de mi cuerpo caminante y la limpieza del aire, entre el cielo gris y azulado.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Formas de amor


Acerca del amor

"Il n'y a pas d'amour heureux" (Aragon)

"Amar es regocijarse" (Aristóteles)

"Un amigo es alguien que te conoce muy bien y que, a pesar de todo, te quiere"
A.C.Sponville

 
Al  pensar acerca de la sensación o vivencia amorosa, me llegan recuerdos de diversas experiencias. Se trata seguramente de una palabra manida, cuyo significado ha quedado obscurecido a través de tantos siglos de hablar acerca de ella y de pretender alcanzarla, persiguiéndola como una sombra frustradora.
Recientemente, he estado leyendo un artículo de uno de mis filósofos favoritos del momento: André Compte-Sponville. Me gusta en particular su manera de abordar los temas, porque entremezcla sus vivencias con el significado de las cosas y procura clarificar la razón desde la vivencia. Lo encuentro más delicado que otro de mis favoritos, Michel Onfray, al que he seguido en casi todas sus obras. Onfray es más guerrero, más radical, más anarquista, aunque igualmente honesto. Ambos rechazan al dios personal y se proclaman ateos. André, sin embargo, mantiene más contacto con lo cristiano y con lo religioso en general y puede que, además, su prosa sea más elegante.
En fin, ambos merecen la pena ser visitados o leidos en casi toda su obra por quienes  buscamos asentar el conocimiento y la claridad o simplemente disfrutar con una buena e interesante lectura.
El caso es que André, al hablar del amor y de la capacidad amorosa, sigue, al igual que muchos escritores, filósofos o no, esa distinción conceptual y vivencial que hicieron los griegos entre tres facultades o capacidades amorosas, definidas por tres palabras diferente que, en castellano, al igual que en muchos otras lenguas, traducimos casi exclusivamente por amor. Se trata de Eros, de filia y de ágape. Tres diferentes maneras de enfilar el amor y puede que tres distintas formas de hacer el contacto con el otro.
Platón, ese formidable bastión de la cultura y de la filosofía  y en particular de la occidental cristiana, es uno de los primeros en hablar de amor. Lo hace en su libro “El Banquete”, en el que diversos personajes se reúnen alrededor de una mesa para conversar amablemente acerca del tema. Son especialmente conocidas las intervenciones de Alcibíades, el héroe de la juventud  de su época, popular por su belleza y por sus facultades físicas e intelectuales, que no políticas. Platón le hace hablar del amor entendido como pasión (el Eros, representado por el niño o el adolescente ciego, que dispara las flechas), pasión hacia el otro y no solamente sexual (de hecho distingue entre la pasión sexual –cuya representación es Afrodita con sus placeres- y la pasión hacia el otro: “el enamoramiento” diríamos para entendernos hoy). Ambas pasiones pueden ir juntas, pero no es obligado. Se puede sentir ta afrodita (deseo o atracción sexual) sin Eros (enamoramiento apasionado) y viceversa.
 Eros, entendido como esa pasión amorosa, es la que tantas veces vemos representadas en las artes, especialmente en la literatura, el teatro,  en la pintura, en la escultura y en el cine de la actualidad. Tal vez podemos llamarlo amor romántico, en la medida que esta lleno de ardor, de emoción desbordada: el amor adolescente y juvenil.
Platón hace decir a Alcibíades que ese amor que pretende llenarnos es consecuencia de que los dioses condenaron a los hombres, a los humanes, a buscar por el mundo su mitad, su media naranja, pues, siendo redondos y cuasi perfectos,  los partieron por la mitad para que no se sintieran poderosos y tentados de escalar el cielo y mezclarse con ellos, con los dioses. Antes de ser cortados por la mitad, los humanes tenían cuatro patas y cuatro ojos, dos sexos… y eran mitad hombre y mujer o dos mitades de hombre (homosexuales masculinos) o dos mitades de mujer (homosexuales femeninos). Al ser rebanados por la mitad, quedaron más débiles y compelidos a buscar esa otra mitad y así los dioses se quedaron tranquilos en su Olimpo y complacidos por sus ofrendas… En fin, se trata de una “boutade” platónica, de un cuento mítico,  para hacernos ver la forma de percibir el amor como una compulsión a encontrar la otra mitad de nosotros mismos, y que, si lo lográramos, seríamos ya felices (aunque bien sabenos que alejándonos así de la verdadera felicidad, que sería ir al lugar de los dioses). Platón pone en boca de Alcibíades que el amor reúne las cuatro condiciones esenciales para hacernos felices : es definitivo, colma completamente, es exclusivo y pone fin a la soledad. Es un amor fusión. Basta reunir recuerdos de nuestras relaciones fusionales para darse cuenta (al menos en lo que a mí me toca) que la cosa no va por ahí y que raramente el tiempo no va deshaciendo esa fantasía de la “media naranja” que llena todas nuestras necesidades, como en los cuentos de niños en que se decía al final del mismo, cuando el héroe conquistaba a su heroina o viceversa, eso de “… y fueron felices y comieron perdices”.
 Y, en consecuencia, viene la argumentación platónica.
Para ello, Platón hace hablar a su maestro Sócrates a través de Diotima, una sabia sacerdotisa. Y de su boca aparece otro de los grandes sofismas que ha permeado en nuestra cultura. Diotima/Sócrates/Platón considera que el amor busca la realización de un deseo y que el deseo intenta colmar una carencia. Por tanto, colmada la carencia por medio de la satisfacción del deseo, reaparece la carencia que el deseo vuelve a intentar colmar y nos pasamos la vida en un estado de intentar colmar esas carencias. Con ello, el amor no es sino un vano intento de llenar el vacío (la carencia). Pasamos, como decía Schopenhauer, del deseo al  hastío o aburrimiento.
De ahí, el filósofo nos propone un recorrido a través de las ideas, para llegar a la conclusión de que lo único que puede colmar nuestra carencia es la consecución de lo Bello, Idea Suprema que nos permitirá descansar en su esencia. Fue fácil para el mundo cristiano poner a Dios como representación absoluta de lo Bello y por ende decir que solamente Dios colma nuestra necesidad, nuestra carencia última.
Pero, una vez más, la filosofía no consigue concretar la felicidad, ni siquiera resumir lo que el amor puede llegar a darnos. Lo Bello (acabará diciéndolo Aristóteles) es algo inalcanzable, que solamente se manifiesta a través de situaciones concretas. Bien es verdad que los místicos podrán alegar que es con la experiencia transcendente que se alcanza lo Bello  (para entendernos, el Ser) y por tanto vemos colmada la necesidad (la ansiosa carencia). La permanencia en Dios haría , de esta manera, feliz a quien puede contemplarLe de forma permanente. Así lo describe Dante en ese Paraíso, en el que las almas están radiantes en Su contemplación y ya no desean nada más.
 Sin embargo y sin excluir  ese exclusivo mundo contemplativo, voy a seguir por el momento la argumentación de André.
Recurrimos, de esta manera, a buscar otra idea del amor, sin excluir a Eros.
Es verdad que casi todos pasamos por la fase del amor pasión, de preferencia con, pero también sin, sus aspavientos sexuales (el así llamado amor “platónico”). Sin embargo, comprobamos que la mayor parte de las parejas estables no renuncian a amarse aun cuando  la pasión esté lejos o transformada. Consiguen transmutarla por medio de otra forma de amar, que en griego llamaban Filia. He observado en mi y en otras personas como el amor evoluciona y el otro pasa a ser querido, estimado, considerado, cercano, con casi independencia de que la pasión esté o no. André recuerda como, antiguamente, en idioma francés, los esposos se llamaban “ma mie o mon ami/e”, es decir "mi amiga/o". Amigo es obviamente una derivación de la palabra amor.  Se trata de una amor distinto y que sin embargo es extraordinariamente relevante en los humanos adultos… Y en ese sentido, aparece el amor ya no como pasión, sino como pulsión, como capacidad inagotable, como valor axiológico principalísimo, que hace que aquel que nos es conocido y cercano no solamente no aburre ni hastía, sino que es fuente principal de felicidad. El Eros no es excluido, pero deja de ser el ingrediente principal o al menos único de la relación amorosa.
Filia es un sentimiento que no se tiene nada más con la pareja, sino que es similar cuando hablamos de los hijos, de los padres o parientes cercanos, de los amigos “íntimos”. Es amor, en la medida que sigue estando delante de nuestro propio interés, o al menos lo acompaña íntimamente y nos lleva con frecuencia a sacrificar ese interés en beneficio del otro. Esa sensación amorosa nos hace sentir bien, felices al poder dar al otro, sin sentir que estamos necesitados de recibir a cambio otra cosa que no sea amor y, en su faceta más elevada, ni siquiera eso esperamos, al menos de manera inmediata y recíproca: nos alejamos del refrán latino do ut des (te doy para que me des).
Aún siendo esta forma de amor algo lleno de plenitud y que puede llegar a saciar nuestra capacidad de dar, existe entre los humanes otra forma de amor. Dejaré para otra ocasión analizar como este amor ha podido favorecer a nuestra especie a través de la selección natural. No se trata ahora de “des-sacralizar el amor”.
Los antiguos griegos no nos hablan de ágape. La palabra nos viene a través del helenismo y vía los escritos cristianos. Se trata de otra forma ( la más elevada para el cristiano) de alejarnos de la búsqueda de nuestros propios intereses. En esta orientación lo llamaríamos cáritas o caridad (amor desinteresado) Porque el amor de  o hacia la pareja, hacia los parientes o amigos íntimos es sin duda maravilloso. Visto desde la altura de miras, todavía tiene algo de relacionado con el ego, con la propia felicidad. Por ello, y aquí llega o Occidente claramente a través del cristianismo, el amor puede ir dirigido a aquellos a los que no tenemos en nuestro círculo íntimo ni genético. Se trata de buscar el bien de todos en general y, en especial en estos tiempos, podemos hablar del bien de lo que nos circunda, de la Naturaleza, aquello que heredarán los próximos, de los animales nos gusten o no, de las  plantas, etc. etc. Otros enfoques espirituales hablan de la compasión (el budismo), la fusión en dios (el sufismo) …
Eros, Filia y Ágape no tienen porque ser consecutivos, ni mucho menos incompatibles. Podemos sentirlos en situaciones diferentes, en tiempos y espacios distintos. Ni siquiera, y alejándonos de una concepción moralista, tenemos porqué considerar a uno mejor que otro o un valor más elevado. Dejemos eso para la ética, o la religión.
Simplemente, se trata –a mi juicio- de observar nuestra mente y de ver como la hemos ido programando para que las cosas tengan que ser de una manera determinada. Lo que hace que a veces buscamos separarnos porque ya no hay Eros, o Filia o Ágape, cuando en realidad se dan no siempre de forma indefinida y ni siquiera se dan siempre (y entonces nos sentimos o podemos sentir vacíos de amor).
Una vida plena está probablemente llena de experiencias eróticas, filiales y agápicas, si me permitís esa terminología. Y sin olvidar los placeres de Afrodita, a las que aludí al principio, o del afecto, o de la contemplación....
Porque, finalmente, la permanente búsqueda de satisfacción a través del deseo para llenar las carencias nos hace olvidar que puede ser que la felicidad venga por medio de lo que ya tenemos y no necesariamente a través de lo que nos gustaría tener.
Un inventario de las facultades y potencialidades que tenemos y que podemos desarrollar puede hacernos más felices que tratar de encontrar aquello que nunca podremos lograr. A veces, les digo a mis orientados que se trata de sustituir los condicionales “me gustaría” o los subjuntivos “me hubiera gustado” por algo más simple como “esto puedo hacer y esto quiero hacer”.
Y de esto último está en  buena parte hecho el amor. Puesto que no se puede amar por voluntad, aunque sí se puede desear amar, ejercitándolo con buena voluntad.