miércoles, 24 de julio de 2013

Alfonso "silencioso"



La muerte de Alfonso, mi querido Poncho, el pasado domingo, me ha dejado casi sin habla. Los pensamientos surgen confusos. Mi mente trata de encajar, una vez más, el hecho de la muerte en el panorama de la vida.
Quien ayer me hablaba, con quien conversaba, a quien escuchaba, es hoy nada. Nada relativa, puesto que sigue viviendo en el recuerdo de los que estamos, de los que todavía permanecemos.
Me siento como uno de esos árboles de mi parque, que ha perdido una rama, o que se ha secado, o que ha dejado de dar frutos. El arbol sigue vivo, pero ya no es lo que fue. Agarrado a sus raices, intenta continuar el camino de la vida, hasta que un dia sus propias raices caduquen, se sequen y se convierta también en un montoncito de cenizas.
Te recuerdo en todos los momentos de nuestra larga trayectoria en común. Y mi único consuelo es saber que te fuiste así, durmiendo, en brazos de la persona amada, en tu propia casa.
Digno fin de tal vida.
Un día me decías, mientras platicábamos acerca de la muerte y el morir, que para ti lo más dificil no era eso, morir,  sino atravesar el dolor de la enfermedad y de la vejez.
Han sido largos años en que con increible coraje has podido mantener una trayectoria de vida, de relacion, de amistades, de trabajo. Largo tiempo en que, umbral tras umbral, has mantenido la cara frente a una vida llena de dificultades de salud.
Por eso, mi consuelo es que te has ido como pienso que te merecías, sencillamente, sin ruido, haciendo gala de tu apodo "silencioso".
Para mi,  estas palabras que te dedico ahora son un escaso desbordamiento del inmenso amor que te tenía y que sé que era recíproco. Eras el verdadero artista de escuchar en silencio, sin más, sin ningún juicio. Tus ojos lo decían todo. Y tu acompañamiento en momentos de enorme pesadumbre para mi eran tan sencillos como eficaces, tan callados como amorosos.
Echo de menos nuestras conversaciones en el parque, mientras yo paseaba. A veces, simplemente, me repetías lo que te decía, con el gusto y la satisafacción de saberme contento.  Otras, escuchabas las aventuras y desventuras de este Goldmund loco, con la tranquilidad de quien se satisface con el placer y la experiencia del otro.
Esa era tu vida, en buena parte, en los últimos tiempos.
Y no porque en otros tu propia vida no hubiera sido un torbellino.
Cuelgo aqui una de tus últimas fotos de mi cámara. Tus ojos y tu sonrisa lo dicen todo.
Hoy,  mientras escucho a Verdi, en su sublime Requiem, pienso que, si hubiera que pasar a otro plano con consciencia, elegiría esa música y esa sonrisa para atravesarlo.

Lux eterna.

http://www.youtube.com/watch?v=3sUJmGtZDRM (gracias Ana)

jueves, 4 de julio de 2013

Requiem de Verdi



Requiem



«Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis» 
(«Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua»).




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   Ayer fui a ver y a escuchar el Requiem de Verdi. Creo que, desde la primera vez que lo oí, fue una de las composiciones musicales que más me ha impresionado.
Verdi no era un hombre creyente en el catolicismo, según he podido leer en su biografía, ni particularmente religioso. Ya en su vejez compuso esta obra en honor de su amigo el escritor Manzoni, fallecido.
  A ambos les unía el amor a la patria italiana y fueron fervorosos agitadores contra la ocupación austriaca.

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 El Teatro Real estaba abarrotado de amantes de Verdi. No me extraña. Su romanticismo es fervoroso y exaltado y a mi su música se me lleva “cual piuma al vento”.
  Ayer estuve comedido. A pesar de lo cual mis ojo se humedecieron cuando el coro y la orquesta se unen en un exaltado himno, en el que pareciera que el alma es arrebatada al cielo.
  Y no hice nada por impedirlo ¡Es tan delicioso dejarse llevar en la conciencia de que es eso lo que se quiere!
  Sin embargo, no por ello los pensamientos e imágenes desaparecían. Amablemente los dejaba pasar, mientras mi mente se sentía unida al conjunto. El director, enjuto y agitado, se retorcía hacia todos los lados animando a cada uno de los sectores de su orquesta y coro.
  Los solistas, solemnes, dieron un recital maravilloso, en que el tono cristalino de las dos sopranos contrastaban con las voces recias y graves de los tenores.
Me imaginaba en mi fantasía a Manzoni dejándose llevar en un principio por la tristeza de dejar este mundo, esta vida, llena de color, de dulzura y de sufrimiento. Su lucha entre pelear por quedarse en el  mundo y la de dejarse llevar por la muerte, que trata de apagarle los sentidos.
  El dialogo entre coro e instrumentos, entre altos y bajos, entre los instrumentos entre sí, aunque incomprensible para mi, me permitía, sin dejar de escuchar ni de ver, mantener esta imagen de batalla.
  Dolor y aceptación. Lucha y entrega. Esperanza y vacuidad…Mi protagonista era Manzoni, aún en la evidencia de mi proyección.
  Sentía una gran admiración por Verdi, ese hombre sensible, generoso, altruista y lleno de gloria.
  Una hora y media sin más interrupciones que las inevitables toses de los que aprovechan la pausa para aliviar su ansiedad. Una hora y media de torbellino, de pasión, de entrega total.
  Para terminar en ese suavísimo, delicado y sereno final. Un final con el que el maestro parece que nos hubiera querido transmitir que lo que termina es inevitable y que es mejor aceptarlo así.
  El dolor de la separación, de la muerte, tras un inefable momento de vida.

  No quise quedarme a todas las merecidas ovaciones. Necesitaba salir y pasear tranquilamente , dejando que mi alma se aquietara. Que las emociones se pausaran.
  Y a pesar de eso la noche fue agitada.

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  Es lo que tienen las emociones desbocadas. Luego cuesta que los caballos descansen en su cuadra.