miércoles, 26 de febrero de 2014
La amistad
Me gusta comparar la amistad con una planta. Tal vez por el afecto que tengo hacia el mundo vegetal.
Cada planta necesita un cuidado, y más cuando está fuera de su habitat natural. Demasiado riego o demasiado poco las estropea, cuando no las hace morir. Y, en ocasiones, necesitan de cierto abono, sobre todo si están maceta.
Nada es exactamente igual que otra cosa. Por tanto una amistad no es una planta en maceta.
Lo sé bien.
Hay relaciones que duran mucho con poco riego y con poco abono: en mi experiencia y opinión esas son las más escasas.
Las más de las veces es preciso regarlas. Darles lo que las favorece, la mejor exposición, alejarlas de la corrientes de aire escesivas. A veces, incluso podarlas de las ramas o raices inútiles o enfermas.
He visto morir algunas amistades y me ha hecho sufrir. No me refiero a la muerte física, que también, sino a la separación. Tal vez no supe ponerlas en el mejor lugar o darles lo que en cada momento necesitaban.
Puede que fuera yo la planta que no supo ser tratada adecuadamente por el jardinero amigo y me sequé o marchité.
Solamente las amistades o relaciones que tienen raíces muy profundas sobreviven a condiciones extremas. Casi siempre suelen ser familia cercana y de mucho trato anterior o presente. Y aún asi, he visto algunas secarse.
Por mi parte, siempre me he sentido un "jardinero fiel". Y cuando alguna me deja, por agotamiento vital o por descuido, suelo recordarla con cariño.
.............
Como a los amigos que se fueron o que no supimos cuidar.
domingo, 9 de febrero de 2014
Cerebro, mente y consciencia (y III)
"Este mundo de espacio y tiempo que todos conocemos tan bien, es la vara con que medimos la validez de otros mundos posibles"
Gary Lachman
La consciencia.
Existen varias significados para
conciencia. Uno es el más usado por las religiones y por la ética: el deber
moral sujeto a cada persona. Se parece bastante a lo que, desde Freud, se
entiende como “súper-yo”: los condicionamientos familiares, sociales y
culturales asumidos por el individuo y mediante los que se espera que se rija.
De ahí, “actuar conforme a la propia conciencia”, o, en el plano colectivo, se
habla de “la conciencia social”…
Otro significado es el de estar
atento, similar a estar
consciente: "perdió la consciencia", se quedó dormido o se desmayó. Perder el
contacto con la realidad externa.
Al que voy a aludir es al
significado de darse cuenta de la propia realidad subjetiva, como ente
individual y en contacto con los demás. Ese hilo conductor que, asociado a
nuestra memoria, nos permite entender nuestra vida como una unidad en el tiempo.
Se parece al sentido del “yo” freudiano, aunque incluye los estados alterados
de consciencia y lo que se denominó (Jung) el inconsciente individual.
Muchos psicólogos lo asocian a la capacidad de integración
del yo.
El psicólogo y pensador
estadounidense William James (1842-1910) es conocido, en especial, por sus
estudios sobre la consciencia y sobre los estados alterados. James pensaba que
existen distintos niveles de consciencia. Y que la racional es simplemente una
de ella. Coincidía con Bergson, el cual consideraba que nuestro cerebro actúa
como una “válvula” para limitar la captación de la realidad total. De no ser
por este freno, posiblemente se podrían producir efectos indeseables en una mente
no preparada, al captar la realidad y su contacto en toda su dimensión.
En este mismo sentido, en el
texto sagrado hindú el Bagavad-Gita (hacia el año 300 edad antigua), Krishna (el
ser divino) se muestra a Arjuna (el héroe humano) en toda su dimensión cósmica.
Produce en el héroe una formidable y aterradora experiencia, que le hace
entender el poder de lo divino y asumir así su responsabilidad humana.
He citado a un filósofo, a un psicólogo
y a un texto religioso, para introducir la experiencia de la consciencia en el ámbito de lo humano.
Descartaré, al menos ahora, la
dimensión de la consciencia puramente filosófica (entendida como especulación
lógica) y la religiosa (entendida como asunto de pura fe), para centrarme en la experiencial y
fenomenológica.
A lo largo de los siglos, y en
distinto espacios y tiempos, se han recogido experiencias de personas que han
tenido vivencias de consciencia de difícil o no posible explicación. Lo que sigue siendo real en la
actualidad con nuestros actuales métodos “científicos”.
La consciencia (estado amplio de
atención y contacto) se puede referir a la captación de la realidad externa con
los sentidos habituales. También a los distintos pensamientos que se producen
casi sin cesar en la mente. Así mismo, a estados perceptivos poco comunes,
asociados con los así llamados “estados
alterados” de percepción. Estos últimos pueden ir acompañados de la
ingesta de determinadas substancias, o de prácticas que conllevan cambios de
estados anímicos (tales como respiración, ayuno, deportes de riesgo,
contemplación, meditación etc.)
Uno de estos estados es el que ya he citado: experiencias de
personas que han estado clínicamente muertas, es decir con el cerebro “desenchufado”
y que han continuado captando realidades diferentes, algunas inalcanzables en
fase normal.
Tanto los estudios recogidos por R. Moody (1995), por E. Kübler
Ross (2001) o el ya citado de Van Lommel y otros,
compilan las experiencias de personas que han tenido vivencias inexplicables
habiendo sido dados por “clínicamente muertos”. Por supuesto que los
“científicos” se apresuran a dar esclarecimientos racionales a estas
situaciones. La más común es que el cerebro puede, y está diseñado para, liberar una serie de sustancias (endorfinas) para hacer la
muerte más llevadera y menos dolorosa, física y psíquicamente. Ello, siendo
cierto, no pone necesariamente en cuestión lo anterior.
Estas experiencias se suman a las
de personas que han desarrollado facultades excepcionales, como transmisión de
pensamiento, desdoblamiento entre cuerpo y mente, visiones de pasado o de
futuro, don de lenguas no aprendidas, y un sin fin de vivencias recogidas en
libros o documentos que están, casi enteramente, en manos de lo que hoy viene
llamándose el mundo “esotérico”. A quienes están interesados por este tema
recomiendo “Lo oculto” (2006), del
escritor inglés Colin Wilson (fallecido en 2013). Es una interesante
recopilación, con critica lógica suficiente, de situaciones y personas que han
vivido más allá de la “normalidad”.
Y llegamos aquí a un punto en que
chocan dos parámetros diferentes de percepción: el que se asocia con la mente
racional y deductiva, “masculina”, lógica, occidental y científica, vinculada
modernamente al hemisferio izquierdo cerebral. Y el de la mente intuitiva,
espacial, femenina, experiencial, fenomenológica, existencial, vinculada al
hemisferio derecho.
Realmente no están contrapuestos.
Ambas partes nos pertenecen, histórica y actualmente. Es probable que durante
un tiempo predominara el derecho, que nos conecta más íntimamente con lo
universal. Y es también más abstracto, imaginativo, artístico, espiritual.
Hay
quienes aseguran que, tal vez las dificultades y el desarrollo de la especie
obligó a adaptarnos a un modo más concreto, fijo, lógico, que es el que nos ha desarrollado
una civilización dominadora, expansiva, técnica y anclada en metas. Una
civilización de la que estamos percibiendo sus limitaciones y peligros.
Wilson y otros estiman con
esperanza que ambos mundos pueden coincidir. Asociarse para lograr a un ser
humano más completo. Así como la civilización de la Diosa cedió el paso a la
del Héroe, desplazando su protagonismo, nuestra conciencia no tiene porqué ser una
cosa o la otra. Podrían colaborar en beneficio de la consciencia y de la especie.
Necesitamos ambas, sin duda para
situaciones diferentes. Poseemos una historia que ha especializado durante
miles de años a hombres y mujeres. Unos, dedicados con talento a la caza y la
defensa de la tribu y otras, al sustento y cuidado de la progenie. Ello dio
lugar a una diferente forma de percibir el mundo en mujeres y en hombres.
Hoy esta especialización declina.
Mujeres y hombres compiten casi en los mismos campos. El sistema familiar está
en crisis en muchos centros de la civilización más “moderna”.
Necesitamos seguir vinculados al
mundo, pero también ampliar nuestras metas en un Universo cada vez menos
desconocido.
Nuestra consciencia universal cedió
terreno a favor de lo concreto. Puede que sea momento de ir recuperándola poco
a poco, sin por ello convertirnos en locos (Herman Hesse en el “Lobo estepario”), ni en seres
mendicantes o aislados o desconectados.
¿Como hacerlo? Algunas
sugerencias.
Abrirnos a otras posibilidades,
en la medida en que nos lo permiten nuestras capacidades, nuestros compromisos,
nuestros miedos.
Ahí seguimos teniendo los pasos
de los “sabios que en el mundo han sido” (Horacio). Es necesario algo de
retirada. El mundo con sus luces, falsas o reales, nos deslumbra. El ruido con
sus voces, no nos deja escuchar el silencio. El exceso de contacto corporal nos
estimula tanto que olvidamos nuestra propia piel. La asombrosa variedad de
sabores y olores nos aleja de lo sencillo.
He aquí algunas polaridades que
nos pueden hacer ver en qué grado estamos absortos por una de ellas de forma
mayoritaria: Simplicidad y diversidad. Contacto y retirada. Excitación y
aquietamiento. Microcosmos y macrocosmos… Un trabajo interior consiste en
valorar hasta donde nos dejamos embriagar por una de ellas dejando la otra sin
dueño.
A mi me sigue siendo de gran
utilidad sentarme a dejar que la consciencia se dé cuenta de lo que pasa por la
mente. Dejar que el observador interno contemple lo que va aconteciendo en el
organismo, con la mayor cantidad de atención posible. Sea o no sea “meditación”
en el sentido clásico. Poner atención a los deseos, a los pensamientos, a las
sensaciones y dejarlas correr sin tratar de cambiar nada (al estilo de la
meditación Vipassana). Hacer espacio
para liberar y crear nuevo espacio.
Tiempo y espacio.
Cada uno ha de ver como dárselo.
Ya que cada uno es el encargado de conocer su propia máquina.
viernes, 7 de febrero de 2014
Cerebro, mente, consciencia (II)
"Hay una mente común a todos los hombres. Todo hombre constituye una abertura para ella y para la mente de todos los demás"
Emerson
Unas palabras para tratar de
definir lo que llamamos mente.
Recurriendo al
dicho latino que decía “Mens sana in
corpore sano”, vemos como griegos (en especial Platón y sus seguidores) y
romanos mantenían una distinción entre ambas, si bien las vinculaban. Vinculo
del que cuantas veces no hemos sido testigos: de que un estado físico decaído
tiene consecuencias sobre nuestra forma de pensar. “El cansancio es mal
consejero”, se suele decir aludiendo a nuestro orientador intra-personal. O bien:
“lo consultaré con la almohada”, refiriéndose a que en estado de sueño o de
demasiada excitación es difícil tomar decisiones adecuadas.
Pero también el estado físico
influye en el mental. Y así un catarro, una gripe, una enfermedad grave ¡Por no
decir un dolor de muelas! …nos hace teñir la vida color de hormiga. La figura enturbia
el fondo. El árbol no permite ver el bosque.
De forma similar, una estado
anímico decaído puede influir en nuestra salud física. Un desaire amoroso, la
muerte de un familiar o ser querido puede provocarnos un “bajón” y llevarnos a contraer
algún tipo de enfermedad. Una enfermedad que ya está en el ambiente u otra que
podemos crear “ex novo”. La llamada “somatización es a veces una forma de “distraer”
un estado mental alterado a través de una enfermedad física. Otras veces es el
stress el que nos lleva a padecer una enfermedad para así poder detener el
esfuerzo o el ritmo crónico o excesivo, sin sentirnos “mal” por dejar de hacer.
La palabra mente lleva consigo
una cierta entelequia, un campo amplio, un conjunto, una abstracción, que comprende la forma de ver y entender
a los demás, al mundo y a nosotros
mismos y, lejos de ser concreta y objetiva, está estrechamente relacionada con
nuestro equilibrio bío-psico-social.
Mente es nuestra capacidad de
captar las cosas, de imaginarlas, de
deducir, de crear, de razonar y de tener una idea de nosotros mismos y del contacto
con nuestro entorno. Mente es también nuestra capacidad de recordar las cosas
tal como creemos que sucedieron o nos interesa recordarlas así.
Al hablar de mente, estamos
tratando de describir algo vinculado a la percepción. Y como toda percepción no
es fija, rígida, sino que depende del tiempo y del espacio y del medio que nos
rodea. Esa percepción es plasmada en una fotografía individual y otra mayoritaria.
Si la mayor parte vemos lo mismo, decimos que es esa la realidad “objetiva”.
Con lo que la realidad o experiencia subjetiva, no comprobada con la de los
demás (finalmente es una cuestión de estadística), queda por principio
descartada como algo “no real”.
Algo que, en todo caso, algún día tendrá su explicación a través de las fuentes y o
mecanismos imparciales. Esto nos da
cierta seguridad frente al sistema no objetivable, que algunos atribuyen de
forma particular a nuestro hemisferio derecho cerebral.
Esto es esencialmente importante.
Cuando una persona que tiene un sueño, una experiencia extrasensorial, una
percepción meditativa o una vivencia extracorpórea, los “científicos” en su mayoría
tratan de desacreditarla en tanto no es comprobable con sus instrumentos y
tienden a explicarla como una “rareza”-
Pienso que la objetivización ha
significado un gran progreso tecnológico, nada descartable a pesar de sus
secuelas. Y que buena parte de ello ha sido gracias al método científico.
Con todo, cuando una verdad se
impone es difícil salirse del campo de visión general. Y por tanto investigar y
progresar en otras direcciones. Llevo un tiempo dedicado a la búsqueda de otras
opiniones en relación a este cerebro omnipresente. Y por ello, tras densa
lectura y recopilando mis propias experiencias me decido a compartiros estas
ideas.
Cada quien habrá de encontrar sus
propias conclusiones.
El que todas esas capacidades
estén principalmente vinculadas al cerebro, y radicadas en determinadas áreas
de forma preferente, no implica necesariamente la consecuencia de que el
cerebro es quien crea la realidad que percibimos, propia y ajena.
¿Porqué?
Primeramente, porque la propia
mente crea realidad y altera las condiciones en que percibimos.
En segundo lugar, porque es
nuestro propio cerebro con sus limitaciones “objetivas” el que estudia el
propio cerebro y la mente. Una vez hecha una teoría, bien sabemos que es
difícil desmontarla, como bien analiza la teoría de los paradigmas de Thomas S. Kuhn.
En tercer lugar, porque nuestras
percepciones han de asumir la propia limitación de nuestra biología y de
nuestro cerebro el cual, para poder sobrevivir, nos juega pequeños o grandes
engaños. Un poco al estilo de la gran computadora Hall, que aparece en “2001,
la odisea del espacio”.
En cuarto, pero no por ello último
lugar, porque existen situaciones y vivencias que están más allá de lo
actualmente observable con el método científico.
Vamos a tomar esta información:
“en la física
cuántica la información no se encuentra codificada en un medio, sino almacenada
en forma de funciones de onda en el espacio no local, lo cual significa que
toda la información está disponible siempre y en todas partes de forma
inmediata”
Admitir que existe un “espacio no
local” es una contradicción para nuestra mente, habituada a que algo o bien es
o bien no es. Sin embargo, la física cuántica, tan difícilmente digerible para
la razón habitual, ha desmontado este paradigma.
Apoyándose en esta nueva forma de
entender la realidad, el autor
pretende señalar que toda la información generada en nuestra vida por nuestra
subjetividad, siguiendo el modelo cuántico, puede que quede almacenada en un no- espacio- no- tiempo, y estaría disponible
siempre y en todas partes.
Ello explicaría, entre otras
cosas, que haya personas que
recuerdan situaciones “de otras vidas” o tienen a su disposición recuerdos
incluso cuando su corazón, e incluso su cerebro, ha dejado de funcionar (los
estados cercanos a la muerte o ECM).
De esta manera, el cerebro no
sería el creador de la realidad sino el sintonizador de la información, al igual
que un televisor sintoniza un programa que se está emitiendo en otro lugar, pero no es el creador del programa. El
aparato puede estropearse y reducir sus funciones de sintonizar, pero la
información sigue encontrándose en las ondas que ahora el televisor no puede
retransmitir (Van Lommel, 2007).
Esta era, por otra parte, la
conclusión del filósofo francés Henri Bergson (1859-1941), que concluía que la
consciencia “utiliza al cerebro y no es un producto de éste” (G.Lachman, 2003).
Esto nos lleva al tercer asunto
planteado: La conciencia
miércoles, 5 de febrero de 2014
Cerebro, mente y consciencia (I)
CEREBRO,
MENTE, CONSCIENCIA.
En el curso de la evolución, el
ser humano ha pasado, a través de su historia, del tiempo lineal, por etapas
diversas. Períodos que corresponden al desarrollo de su constitución biológica
y psíquica actual.
Si recorremos los distintos tipos
humanos, que habitan el planeta desde hace unos pocos millones de años, observamos como nuestros ancestros
caminaban a cuatro patas hasta que los avatares de la transformación planetaria
los llevaron a erguirse en dos. Sus patas delanteras se convirtieran en brazos,
con manos prensiles y útiles para fabricar objetos.
Esta evolución ha radicalmente
transformado el cuerpo del humano. Y uno de sus aspectos más primordiales ha
sido el cambio en la dimensión y en la forma del cerebro. Con el cerebro ha
cambiado su forma de ver el mundo y las diferentes formas de atención o de
consciencia.
El cerebro
La ampliación del tamaño y
función cerebral ha ido paralela a la complejidad de su superficie, de la del córtex
y a la aparición y crecimiento del lóbulo frontal. Ambas zonas son responsables
de buena parte de lo que hoy hace del humano una especie muy diferente del
resto de los primates, que son parientes lejanos en el tiempo con un tronco
común, y que han seguido, a su vez, otro tipo de evolución.
La época que hoy llamamos moderna,
y que nace principalmente en la Europa del Renacimiento, ha sido un tiempo de
estudio y análisis del Universo y
en particular del hombre por el hombre. Los experimentos en la física, en la
medicina, la cirugía y los estudios biológicos en general han culminado a
finales del XIX y todo el siglo XX con el análisis y conocimiento pormenorizado
del cuerpo humano. Uno de los elementos que más ha sido revisado e investigado
ha sido el gran desconocido hasta entonces: el cerebro.
Este órgano es producto, como
decimos, de una evolución. Desarrollo que, al igual que el resto, tiene
aspectos graduales, los más frecuentes. Para mejorar nuestra conformación al
medio, zonas del cuerpo se van readaptando a las nuevas necesidades de la
especie.
Como nada se crea ex novo, el cerebro tiene un origen y
una historia.
....................
En el cerebro, dividido en dos hemisferios similares pero no iguales, de funciones diversas y convergentes, coexisten, al día de hoy, regiones muy antiguas. Lo que se suele denominar cerebro “reptiliano”, por tener funciones similares a las de nuestros antecesores los reptiles, y que es responsable de los aspectos más instintivos de la especie. Otra parte, que para facilidad de expresión, se llama cerebro medio (substancia blanca) y que posiblemente venga arrastrada de nuestros ancestros mamíferos primitivos, con sus funciones peculiares. Finalmente, y solamente para entenderse, existe la zona evolutiva más moderna, que es a la que me he referido como neocortex o substancia gris (nueva corteza) y el lóbulo frontal.
Estas tres partes del cerebro
están, a su vez, íntimamente vinculadas con otras zonas cerebrales (bulbo
raquídeo, cerebelo, glándula pineal etc.), responsables del comportamiento y
con la médula espinal.
Bien. Se trata de una explicación
muy simple para un órgano muy complejo. Para quien quiera mayores detalles
recomiendo el libro de F. Rubiá “Qué
sabes de tu cerebro” (2006).
Avanzado ya el siglo XXI, podemos observar que los estudios acerca
del cerebro han dado un salto espectacular gracias a las nuevas tecnologías,
entre las que se encuentra la tomografía computarizada y otras como la de la
imagen. Esto ha permitido ir localizando la “sede” de las distintas capacidades y habilidades humanas en
áreas del cerebro. Ninguna de estas zonas está aislada de las demás y parece
bastante cierto que aunque un daño cerebral en una zona del cerebro afecta a
capacidades concretas, el resto del órgano suple, en la medida que puede, los
déficits con otras habilidades. A esto hemos de sumar el hallazgo de docenas y
docenas de sustancias y encimas cerebrales que inducen o frenan los impulsos y
las emociones. Un déficit o exceso en alguna de ellas sacude la existencia del sujeto y o pone a prueba su
estabilidad.
Por otra parte, los científicos
de hoy en día, en su inmensa mayoría, estiman que el cerebro es el único
responsable de los procesos mentales, del pensamiento, de la idea del yo y de
la consciencia.
Dado que el estudio contemporáneo
del cerebro ha podido comprobar que
las facultades mentales, emocionales y aún espirituales está “radicadas” en
áreas cerebrales, la mayor parte de los científicos (cuya mayoría sostiene una
ideología materialista monista) está convencida que todo lo que pensamos,
percibimos, sentimos, creamos y creemos es consecuencia del funcionamiento cerebral.
Hasta bien entrado el siglo XX, imperaba el dualismo. Se estimaba que
mente y cuerpo son substancias diferentes (una espiritual y otra material). Sus
antecedentes filosóficos y médicos están asociados a la figura, en la Europa moderna, de Descartes (1596-1650) con su
expresión cogito ergo sum (“pienso
luego existo”). El filósofo
francés, que vio sus ideas condicionadas por la presión de la Iglesia Católica,
estableció, para poder opinar sin peligro, que solamente el alma es de Dios,
mientras que el cuerpo es observable y analizable (dualismo).
A esta afirmación, compartida por
muchos, le ha sustituido hoy una poderosa corriente de opinión que concluye que
nuestra mente se origina y es consecuencia de nuestro cerebro. Y
que, por tanto, no existe diferencia entre mente, cuerpo y espíritu o
consciencia (monismo), puesto que todo tiene su origen y función en el cuerpo y
en especial en el cerebro..
Para el monismo científico, si
tenemos una forma de pensar un poco o bastante diferente según la edad de
nuestra vida es, por tanto, porque el cerebro se desarrolla y se modifica con el resto del cuerpo y resulta por
otra parte, influido por patrones biológicos, sociales y culturales.
Es tan arraigada esta corriente que
resulta en el presente casi imposible encontrar estudios que se separen de
ella. Me refiero, evidentemente, a estudios que tengan un nivel exotérico
(aceptablemente lógico) suficiente y que estén al menos en contacto con la
experiencia de quien lo dice (fenomenológica). Con la experiencia y no
únicamente con el deseo o la fantasía de su autor y o seguidores.
(continuará)
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