jueves, 19 de junio de 2014

EL RELEVO







EL RELEVO


 
Una de mis historias favoritas es la que narra Lampedusa en su novela “El Gatopardo”. La leí antes de ver el film de Visconti (1963)  basada en el relato. Tanto la novela como la película son para mi el paradigma del “fin de una época”.
Ver a Burt Lancaster junto a la bellísima Claudia Cardinale y al joven Alain Delon sigue siendo un goce para cinéfilos. Y, junto a ellos, toda una serie de estupendos personajes que parecen sacados de la vida real, incluso actual.



Es difícil encontrar una manera tan verdadera de contar cómo la vida es un cambio constante, y la forma en que lo hacen los individuos y las sociedades a las que pertenecen. En verdad que a veces los cambios parecen más radicales de lo que luego son. Especialmente si lo miramos en perspectiva. Y eso es precisamente lo que dice el protagonista cuando la revolución italiana de los “camisas rojas” es envuelta en el sorpasso de la nueva monarquía de Víctor Manuel de Saboya: “hay que cambiar algo para que nada cambie”.

        Ahora vivimos un momento de cambios dramáticos en este país, en España. Tras uno de los períodos más estables, democráticos, y de desarrollo social y cultural, el largo reinado de Juan Carlos termina con severas amenazas de disgregación, el desempleo, la corrupción y una crisis profunda de valores.

      Por encima y por debajo surgen movimientos nuevos que pretenden transformaciones más o menos radicales. Otros son meramente formales, como por ejemplo la sustitución de un rey por un presidente elegido por sufragio. El paradigma “de un hombre un voto” parece la única solución, en un momento en que precisamente ese paradigma parece estar en un serio conflicto con la solución. Se nos dice, al modo estadounidense, que todo se soluciona yendo a votar.

       Pues bien. Estamos padeciendo justamente que todo no se soluciona yendo a votar. Y claro es que ir a votar puede ser la menos mala de las soluciones para muchos problemas.

       Yo no creo que la Jefatura del Estado esté en peores manos con un rey que con un presidente republicano elegido. Podrá satisfacer, desde luego, el ansia de que todos tengamos las mismas posibilidades de ser elegidos. Pero eso no necesariamente es lo mejor para esa institución, si es que hay que tenerla. Un rey, alejado del fuego constante partidista y de los asuntos emocionales que se manejan en muchas, si es que no en todas, las elecciones, puede resultar más eficaz. Está claro que el modelo republicano puede ser mejor y peor. La Presidencia de la Republica en 1931/39 no fue precisamente modélica. No funciona mejor Francia que Gran Bretaña, ni mejor Italia que Suecia, o Egipto que Marruecos…

       Todo esto me lleva de nuevo al Gatopardo. El protagonista, un noble italiano envuelto en la revuelta, apoya por razones familiares y oportunistas a los revolucionarios, que luego se convertirán en monárquicos. Cuando le ofrecen un cargo alto en el nuevo Régimen, lo rechaza. Alega estar ya fuera de juego, ser demasiado tarde para adaptarse. Con él finaliza una época.


     Puede ser que algo me hace sentir a mi que yo también estoy ya en otro momento de vida. He vivido casi toda ella bajo el reinado de Juan Carlos. Con sus debilidades y con sus llanezas, le sigo teniendo cariño. Ahora empieza su hijo. Le deseo suerte, porque a su suerte va unida la de mis conciudadanos y la mía propia.
No creo que sea mejor votar ahora monarquía o republica. Tengo otras prioridades. Y además puede que para mi ya eso no es un asunto importante.

        Al igual que Lancaster en el film viscontiano, siento que para mi ya es tarde para andar cambiando de uniforme.

         Y también creo que para que algo cambie lo que hay que cambiar no es el uniforme.


martes, 3 de junio de 2014

Odisea del espacio

La Odisea del espacio. La odisea humana.





Cuando vi, por primera vez, "2001, la odisea del espacio" (1968) salí de la sala en estado de fascinación. No creo haber entendido por entonces el verdadero "argumento" de la obra, basado como sabemos en la novela "El centinela" de A. Clark, que es coautor del guión del film.
Al parecer, en su primera exhibición (1968) muchas personas abandonaron la sala, incluido el actor Rock Hudson.
No es de extrañar que hubiera a quien no le gustara. Fuera del maravilloso panorama de un planeta azul bailando en el espacio al ritmo del vals del "Danubio Azul",  o las insólitas por entonces imágenes del espacio mientras la orquesta entonaba "Also spracht Zaratustra", de otro Strauss, el argumento es complejo.
Un mundo bastante parecido al actual en lo que se refiere a las relaciones humanas y a la convivencia entre los poderes políticos. Un mundo tal vez más aséptico, más des-espiritualizado si cabe. Un  planeta que se deja ver como dominado por el hombre, que se ha lanzado ya a la conquista de espacios exteriores.
Mientras los valores humanos están sumergidos y fuera de la vista.
       Y cuando, en sucesivas visitas la film, pude detenerme en el argumento, comprendí que lo que más me impresionó y sigue haciéndolo es el momento en que la nave abandona el sistema solar y el protagonista se enfrenta a la infinita soledad existencial. Lejos de la Madre Tierra se nos presentan unas imágenes de un mundo antiguo. Todo pintado en blanco. Como sin relieve.
Él se enfrenta a su pasado recurriendo a  ritos que se plasman en imágenes de muebles clásicos, copas de cristal... algo que me resulta ya desvitalizado.
Y así lo hace morir Kubrick. En su cama. En silencio. La copa se ha roto. Se prepara el regreso.
Y ese regreso solamente puede ser simbólico. Un feto que vuelve a la madre bajo la protección del símbolo monolítico que ha dado origen a la aventura espacial.
Hay que interpretar que viene de vuelta un nuevo ser humano. Alguien que ha tocado la trascendencia al salir del útero de la madre, del sistema solar...
Y mientras resuena Strauss nos quedamos atónitos ante un viaje lleno de mensajes. Lleno de imágenes . Lleno de música. Lleno de esperanza.
Han pasado más de 45 años.



Y la obra sigue vigente.