sábado, 5 de septiembre de 2015

El credo

El credo

   Etimológicamente, la palabra proviene de kord o kerd, corazón. Poner corazón a algo.

   
Pero nada permanece en el origen y menos las palabras. Lo que en un tiempo fue símbolo verbal de algo, ahora puede serlo de otra cosa diferente. Así, con la palabra credo, suele entenderse en estos pagos algo que requiere de fe. Es decir algo que no suele tener comprobación “científica” y, por lo tanto, no entra en los parámetros de la “Ciencia”. Para ello habría de cumplir las reglas  de coherencia lógica, consonancia con otras partes de la ciencia, exclusividad etc. (McMullin).
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   La fe puede tener una consistencia teórica ( ex. libros), o provenir de nuestra creencia en lo que afirman maestros, sabios o gurús, o de creer en lo que dicen nuestros sentidos en estado ordinario (lógica) o extraordinario (visiones, sueños o experiencias psicodélicas).
   Afirmar algo como inamovible e incuestionable transforma la fe en dogma. En su origen, dogma significaba opinión. Por tanto sujeta a discusión. Hoy usamos esa palabra para simbolizar aquello que no admite ninguna contestación. De ahí decimos que una persona es dogmática cuando no cabe otra opinión que la suya.
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   Si hay algo en la ciencia occidental que la hace atractiva para mi es que, por principio, no es o no debe ser dogmática. Sus afirmaciones deben estar en permanente crítica. Y ha avanzado particularmente rápido cuando las creencias o dogmas religiosos le han permitido investigar y analizar todos los aspectos del Universo, incluido el propio observador.
   Es cierto que la ciencia suele partir de “paradigmas”. Es decir afirmaciones,  en principio ciertas, que sostienen sus investigaciones. Esos paradigmas han sido puestos en duda en ocasiones, con enorme repercusión. Como cuando Galileo derrumbó el paradigma de la Tierra centro del Universo y, muy a pesar de las jerarquías católicas y conservadoras, dio un paso enorme hacia la comprensión del mismo.
  Todos estamos sujetos a paradigmas universales (como la teoría del bigbang) que condicionan nuestra manera de percibir lo interno y lo externo. También estamos supeditados a paradigmas personales: así afirmamos que somos emocionales o generosos, o abusivos o impulsivos. Y desde ahí condicionamos, de una u otra manera, nuestra propia percepción y vamos reinventándonos una y otra vez.
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   Los credos, los dogmas y los paradigmas nos dan una aparente certeza en las cosas.      Nos aportan seguridad en un mundo cambiante, en especial nuestro propio mundo interno o la percepción de nosotros mismos.
   Sin embargo, también nos condicionan y nos restringen, pues no nos permiten observar de forma flexible y adaptativa. Los credos implican juicios, en general de bien y de mal, de error o de verdad…Generan firmeza para seguir en la vida y también falsas certezas. Son útiles sobre todo en situaciones de peligro o de alarma grave, pero fuera de ahí nos condicionan.
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  Imaginemos por un momento que creemos en la teoría del Karma. En consecuencia, todos aquellos pensamientos, sentimientos y acciones que no estén de acuerdo con la rectitud habrán de generar sufrimiento y siempre será así.
   Imaginemos que creemos en un dios personal justo. Todo lo que generemos de injusto repercutirá tarde o temprano en un castigo.
 Imaginemos que creemos que la comida carnívora es perjudicial física o moralmente. Estamos creando un camino hacia un futuro castigo o enfermedad.
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   Es obvio que socialmente la cuestión es importante. Las sociedades y sus gobiernos procuran reforzar sus mandatos con castigos morales (generalmente apoyados por los líderes religiosos), además de los sociales o físicos. Ello – es cierto- permite a la sociedad vivir dentro de un orden establecido.
  Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente personal (si es que eso es posible), la aceptación sin criterio, sin autonomía, de los credos puede llegar a ser una barrera para entender cómo somos y cómo es lo que nos rodea.
   No se trata de cuestionar que nuestra actividad tiene limites. Bien decía Juárez que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. De lo que estoy hablando es de que la seguridad que nos produce el credo es ficticia y un obstáculo para saber cuales son realmente los principios en que en verdad afirmamos nuestra existencia.
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  Hay un asunto que es así mismo de importancia. Cuando sentimos que hemos llegado a una verdad, es decir a algo que para nosotros es absoluta y meridianamente claro, procuramos comunicarlo a los demás. Por regla general, no solamente comunicarlo, sino convencer a los otros de aquello que consideramos cierto y que ahora es nuestro credo. No hace falta ser Jesús o Buda o Mahoma. Pensemos cuantas veces hemos tratado de convencer a otros que esa es la rosa más bella, o que el amor que sentimos es lo más maravilloso o que tal fulano es un egoísta o un atrabiliario. O que tras la vida viene la muerte. O la resurrección. O la fusión con la Suprema Luz. O la disolución del “ego”.
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   Cuanto más “trascendente o trascendental” es el asunto, más energía, más ilusión, más maña nos damos para expandirlo. A veces con la razón o la oratoria. A veces, con la fuerza. Bien pocas con el simple ejemplo.
  He tenido cerca, y todavía tengo, personas que pretenden estar en el camino de la verdad. O que ,simplemente, se sienten ya la verdad. Y trato de respetar esa creencia de ellos. Unas veces se trata de una verdad experiencial. Otras, se produce a raíz del encuentro con un maestro. Otras, puede ser un mero argumento lógico.
   Mientras no sea mi experiencia, yo lo cuestiono.
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   Yo sigo “creyendo” que el camino hacia la verdad tiene una enorme dosis de soledad. Miro con gratitud a los que me han enseñado o me enseñan lo que han visto de la vida.
   Y procuro vivir con la menor cantidad de creencias posible. A nivel personal, a nivel profesional y a nivel social. Cuestiono constantemente lo que veo y hago de ello un credo. Cuando escucho pongo atención a no hacer crítica de lo que escucho u observo. Claro que no siempre lo logro. Sin embargo, procuro ponerme en el papel del otro.
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   Esa es la gran enseñanza que he recibido.
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   Ese es mi credo.