lunes, 7 de noviembre de 2016

dejar llegar


 Tantas veces he escuchado, desde niño, que las cosas hay que dejarlas marchar. Que todo pasa. Y que, por tanto,  no vale la pena darle tanta importancia. Y es verdad. 

Realmente, cuando he pretendido agarrarme a lo que ya no estaba, lo mismo una relación afectiva, una amistad que me deja, una planta que se muere, un sistema que se derrumba... todo ello es cierto, La vida no pregunta mi opinión. Panta rei, decían los sabios de Grecia. Nada permanece. Y hace unos días, tomando mi té favorito que lleva, como ya he contado, una leyenda en la bolsita, apareció la siguiente frase:

"deja que las cosas lleguen"

Y me quedé meditando, ahora sí desde la mente, qué quería eso decir para mi. ¡Cuantas veces no he permitido que lleguen los pensamientos, las emociones negativas, las imágenes acaso turbias y poco edificantes de mi persona o aún de las personas a las que quiero o venero!

Pero también cuantas no he dejado que las  cosas lleguen sin tener que esforzarme por ello, sin forzar la situación. El otoño no fuerza a las hojas a caer. La planta tiene la suficiente inteligencia como para  hacerlo sin tensión. Y caen cuando tienen que caer.

Y estos días  son en parte obscuros y en parte aptos para la reflexión pues hay menos luz en estos pagos. El otoño presagia el invierno. Coincide para mi con una temporada de cambios, de despedidas, acaso de abandonos.

Estos días son momentos para dejar que las cosas lleguen. Las malas y las buenas. 

Y esta época en que mi energía baja, habré de dejarlo caer, habré de dejarlo llegar.

Puede que se quede para lo que falte de vida. Puede que se retire y dé paso a otra situación.

Pero hay que dejarlo llegar.

Y llegará guste o no.