domingo, 25 de junio de 2017

proyecciónes




Crees que estoy muerto para ti.
Tal es tu creencia.
Morí a tu ilusión. Al mito que tu creaste. A tu fantasía de mi.
Sigo aqui, por un tiempo todavía.
Tal vez el suficiente para que en otro momento me puedas ver.

sábado, 17 de junio de 2017

Calor, pérdida, entrega

                            Calor, pérdida, entrega

   Por un momento Mahmud mira a través del cristal. Las flores aparentan adormecidas en el intenso calor de la tarde. Algunas han cerrados sus pétalos.

   Otras cabecean y parecen querer evitar los rayos directos del sol. 


   Así también él pestañea y se recoge sobre sí mismo, mientras los pensamientos se agolpan y quieren salir en tromba, sin ningún vínculo entre sí.

   La infusión roja de flores de rosa  de Abisinia está encima de la mesa y le invita a tomarla. Viejos recuerdos de Oriente y del calor de La Victoriosa, la arena del desierto, los caballos que jadean mientras le llevan en volandas de vuelta a la cuadra, frente a las colosales pirámides.

  Ya no pretende detener nada. Imágenes y recuerdos, sensaciones de tristeza ante un  tiempo pasado que parece querer revivir. Quiere sustituir el presente, el ahora en que todo parece más plano, menos intenso.

   De sobra sabe, pues lo ha razonado una  vez y muchas otras, que su atención es la única herramienta que le queda.

   Ahora, aletargado por el calor, se deja llevar por los desbocados caballos del recuerdo. Y los mercados dan paso a los pueblos del Extremo Oriente, los colores descerrajados de la India, la tranquilidad de los grandes ríos, la inmensa fuerza del océano rugiendo a sus pies.

   Imágenes. Recuerdos. Viejos y desfallecidos deseos, hoy marchitos y sin posibilidad de hacerse realidad.

   Esta sensación también es conocida, vieja amiga. La dejadez. El nada vale. El da igual.

   Algo diferente, sin embargo. Esta vez la mente contempla con una distancia, que pareciera lejana, incluso el sentimiento de abatimiento. Incluido el dejarse estar en algo con lo que siempre ha peleado.

   El recuerdo de “no debes dejarte ir así”, ese “hay que luchar contra ello”. Viejo miedo que le ha hecho “pata de perro” toda su ya relativamente larga existencia.

   Lentamente la asechanza de tener que combatir se va haciendo menos fuerte. Todavía el juicio de “se puede estar mejor”, hay algo que se puede o se debe hacer …

   Y luego. Luego… nada: estar ahí. El latir del corazón. La respiración de larga exhalación, que saca el calor del cuerpo. Ciertas sensaciones de distintas regiones del organismo. La densidad.

   Mira Mahmud a su viejo enemigo, del que siempre ha huido, al que siempre ha mantenido a raya. Y un largo suspiro hace presentir una tregua. Y los ojos se entrecierran. La atención intenta desvanecerse y es traída de nuevo a este presente nada suntuoso, poco espectacular, sin connotaciones  de victoria.

   Mahmud se queda casi solo.


   Constata lo difícil que es este estar humilde y modesto. Sin gloria.

   Nada permanece, pues todo cambia.


   Y esto también sin duda habrá de cambiar.

lunes, 5 de junio de 2017

La irrealidad en Calderón

El teatro/mercado del mundo de Calderón

 
  Se cierra el telón y me quedo enmimismado. Calderón me suele producir esta sensación de entrar en algo profundo. Puede ser que desde que leí y luego vi representada “la vida es sueño” hay algo siempre onírico, que se disuelve entre la realidad y el ensueño.

   En este caso, el auto sacramental de “El gran mercado del mundo” nos pone ante la vida como una ocasión para hacer y realizarse de acuerdo con el bien, sabiendo que el mal nos lleva por el camino desviado y al castigo eterno. Las virtudes y las pasiones toman el papel de personajes como sucede en su auto más famoso, “El gran teatro del mundo”.

   No sabemos si don Pedro tuvo alguna experiencia que le guiara a darse cuenta de que la vida es un sueño, es decir que la realidad no es lo que parece. Es esta una afirmación querida de muchos orientales, en particular de ramas del budismo que nos muestran como la percepción de la realidad desde el yo es una pura invención de la mente, querida y enseñoreada por el yo.


Lo que me llama la atención en Calderón es que vivió en una época en que la España peninsular era regida por el catolicismo más obscuro y perseguidor. La mayor parte de su vida bajo el reinado de Felipe IV, con quien el imperio comienza a derrumbarse y la Iglesia a auparse a lo mas alto del poder terrenal y espiritual. Y el final de su vida, bajo el reinado de un rey enfermo y demente, Carlos II, un personaje cuya biografía produce angustia.

Calderón muere ya mayor, a los 81 años, en pleno dominio de ese rey, que augura lo peor social y políticamente a un país sometido y que vive de su pasado. Metido a sacerdote, tal vez para preservarse de las jerarquías y para poder al menos escribir, sus obras traslucen una angustia existencial tapada bajo un catolicismo muy conservador y lleno de represión.

Por eso, viendo la obra, bajo el particular signo de su director, trataba de leer entre líneas cuales serían los auténticos sentimientos y convicciones de este escritor, que a veces parece que hubiera tocado la luz, y otras que estuviera sujeto a la más profunda obscuridad de la fe ciega y represora.

Me fijo en este verso de “El gran teatro”:

No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo,
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;

Prefiere decir que el mundo es comedia más que tragedia, o teatro de farsa más que de miedo. Que todo está en perpetua transformación, a cada instante. Que, por lo tanto nada permanece. No vale la pena estar tan preocupado por las cosas.
Y que, al ser todos farsantes, es decir actores pero también mentirosos, no necesitamos tomarnos nada muy en serio, pues la vida pasa a través de nosotros.

Con lo que, yo deduzco, que más nos vale darnos cuenta del rol que actuamos y de lo tremendamente en serio que nos tomamos nuestro papel.

 Sin darnos cuenta de que estamos rolando sin parar, hasta que la vida se desvanece de nuestro actor o actriz.

Y la realidad se disuelve de nuevo en el sueño.

O viceversa.

“… que todo bien es pequeño.
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son”