lunes, 5 de junio de 2017

La irrealidad en Calderón

El teatro/mercado del mundo de Calderón

 
  Se cierra el telón y me quedo enmimismado. Calderón me suele producir esta sensación de entrar en algo profundo. Puede ser que desde que leí y luego vi representada “la vida es sueño” hay algo siempre onírico, que se disuelve entre la realidad y el ensueño.

   En este caso, el auto sacramental de “El gran mercado del mundo” nos pone ante la vida como una ocasión para hacer y realizarse de acuerdo con el bien, sabiendo que el mal nos lleva por el camino desviado y al castigo eterno. Las virtudes y las pasiones toman el papel de personajes como sucede en su auto más famoso, “El gran teatro del mundo”.

   No sabemos si don Pedro tuvo alguna experiencia que le guiara a darse cuenta de que la vida es un sueño, es decir que la realidad no es lo que parece. Es esta una afirmación querida de muchos orientales, en particular de ramas del budismo que nos muestran como la percepción de la realidad desde el yo es una pura invención de la mente, querida y enseñoreada por el yo.


Lo que me llama la atención en Calderón es que vivió en una época en que la España peninsular era regida por el catolicismo más obscuro y perseguidor. La mayor parte de su vida bajo el reinado de Felipe IV, con quien el imperio comienza a derrumbarse y la Iglesia a auparse a lo mas alto del poder terrenal y espiritual. Y el final de su vida, bajo el reinado de un rey enfermo y demente, Carlos II, un personaje cuya biografía produce angustia.

Calderón muere ya mayor, a los 81 años, en pleno dominio de ese rey, que augura lo peor social y políticamente a un país sometido y que vive de su pasado. Metido a sacerdote, tal vez para preservarse de las jerarquías y para poder al menos escribir, sus obras traslucen una angustia existencial tapada bajo un catolicismo muy conservador y lleno de represión.

Por eso, viendo la obra, bajo el particular signo de su director, trataba de leer entre líneas cuales serían los auténticos sentimientos y convicciones de este escritor, que a veces parece que hubiera tocado la luz, y otras que estuviera sujeto a la más profunda obscuridad de la fe ciega y represora.

Me fijo en este verso de “El gran teatro”:

No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo,
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes;

Prefiere decir que el mundo es comedia más que tragedia, o teatro de farsa más que de miedo. Que todo está en perpetua transformación, a cada instante. Que, por lo tanto nada permanece. No vale la pena estar tan preocupado por las cosas.
Y que, al ser todos farsantes, es decir actores pero también mentirosos, no necesitamos tomarnos nada muy en serio, pues la vida pasa a través de nosotros.

Con lo que, yo deduzco, que más nos vale darnos cuenta del rol que actuamos y de lo tremendamente en serio que nos tomamos nuestro papel.

 Sin darnos cuenta de que estamos rolando sin parar, hasta que la vida se desvanece de nuestro actor o actriz.

Y la realidad se disuelve de nuevo en el sueño.

O viceversa.

“… que todo bien es pequeño.
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son”

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